Historia

De 9000 años a. C. existen ya indicios de presencia humana en el término de Alcalà de Xivert, restos principalmente de artesanía lítica y cerámica. De época neolítica hay además testimonios arqueológicos de relaciones comerciales con los pueblos de las grandes culturas mediterráneas de la antigüedad, como los egipcios, los griegos o los cartagineses, y ya de época ibérica se conocen diferentes poblados, necrópolis y enterramientos dispersos, además de constatarse el cultivo ordenado del olivo y la vid y el comercio del aceite y el vino en esta parte de la ribera mediterránea.

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HISTORIA

De la romanización de Alcalà han quedado como vestigios algunas lápidas funerarias y los restos de la vía que cruza el término de norte a sur como camino secundario de la Vía Augusta. En esta época se introdujo en estas tierras, al igual que en toda Hispania, el cultivo del trigo, de suma importancia para el Imperio Romano.

De época medieval son los restos de la fortaleza y medina árabes de Xivert. Los musulmanes desarrollaron el cultivo del trigo y otros cereales, el de la vid, el olivo, la morera y también el de la higuera. Pero sobre todo, estos pobladores dejaron en estas tierras un importante legado cultural respecto del uso agrícola del agua, gracias al cual introdujeron diferentes cultivos de regadío que dieron origen a la huerta mediterránea.

El castillo de Xivert fue conquistada por la Orden del Temple en el siglo XIII, época en la que se dio carta puebla al nuevo asentamiento cristiano de Alcalà, que con el tiempo llegó a convertirse en cabeza de la encomienda de Xivert. Extinguida la orden templaria, Alcalà fue incorporada al Maestrazgo de la Orden de Montesa. Bajo el régimen feudal, el trigo se consolidó como el cultivo básico en toda Europa occidental, ya que además de su importancia alimenticia –o quizá gracias a ella– se convirtió en una de las economías fundamentales de entonces, al utilizarse este cereal como “moneda de cambio” para pagar los cuantiosos tributos.

Durante la primera mitad del siglo XVI se extendieron por la península Ibérica los cultivos traídos de las Américas. De entre los nuevos cultivos, la patata y el tomate fueron dos de los que llegaron a hacerse más comunes en una agricultura, la de regadío, que en tierras del norte levantino servía generalmente para el autoabastecimiento de las familias cultivadoras.

El tomate llegó a España en 1540 y se extendió rápidamente por la franja mediterránea, dada la idoneidad de su clima para el cultivo de esta hortaliza. Pero su origen parece situarse con bastante certeza en las tierras altas de la cordillera andina, en las cuales aún puede encontrarse una considerable cantidad de variedades silvestres. Existen también evidencias arqueológicas del uso y consumo de tomates en algunas culturas preincaicas del norte de los Andes. Pero en lo que se refiere al cultivo planificado del tomate a partir de sus variedades silvestres, Perú y Méjico se disputan ser su lugar de origen. Los españoles llevaron el tomate al Caribe, abrieron las puertas a su cultivo y consumo en Europa y lo introdujeron también en Asia por Filipinas.

La expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII causó en todo el Reino de Valencia, al igual que en el de Aragón y en el de Granada, un importante descenso de la población, además del abandono absoluto de numerosos oficios y de extensos cultivos. Durante la primera mitad de este siglo, ya bajo soberanía de la Corona, se unieron a Alcalá las poblaciones de Xivert, Alcossebre y Santa Magdalena de Pulpis, consiguiendo segregarse tan sólo esta última –ya en el siglo XIX– a causa del notable crecimiento de su población.

A finales del siglo XVIII el botánico Cavanilles constata que, al igual que la mayoría de pueblos del norte del Reino de Valencia, la población del Alcalà –significativamente escasa– vive de la producción de trigo, aceite, vino –muy apreciado por cierto– y algarrobas. No obstante, este ilustrado se lamenta del potencial desaprovechado que guarda el magnífico suelo de su término y las aguas que en el subyacen. Por contra, Cavanilles se sorprende y elogia profusamente los cultivos de regadío –en los que se producían variadas hortalizas– que encuentra en la población vecina de Benicarló y destaca también los de Vinaròs, Peñíscola y Torreblanca.

Durante el siglo XIX un nuevo cultivo se extendió desde las comarcas de la Plana hasta Alcalà, Benicarló y Vinaròs, el narajo. Con la introducción del cultivo de este cítrico se revitalizó un sector primario duramente azotado por diversas crisis de los cultivos hasta entonces tradicionales. Así, en las comarcas costeras de la provincia de Castellón, la producción de naranjas se convirtió durante la primera mitad del siglo XX en el cultivo por excelencia, mientras que la producción de otras frutas, verduras y hortalizas seguía concibiéndose principalmente para el autoabastecimiento y, con mucho, para un comercio poco significativo en los pequeños mercados más inmediatos.

Tras la Guerra Civil Española (1936-1939), la población que sobrevivió a los casi tres años de contienda tuvo afrontar una posguerra de hambre y carestía que en los medios rurales pudo sobrellevarse relativamente mejor gracias a la producción propia de alimentos. Esta situación supuso una intensificación de gran variedad de cultivos de regadío con los que las familias no solo se alimentaban, sino que también intercambiaban con otros productores. De esta manera, en términos como el de Alcalà de Xivert, la huerta –sus hortalizas, verduras, legumbres y frutas– cobró un protagonismo que hasta entonces nunca había tenido.

En una economía de subsistencia como la de las familias españolas durante la posguerra, la producción de una hortaliza como el tomate de colgar, de larga vida, capaz de ser almacenada con facilidad y consumida durante prácticamente todo el año, hasta la siguiente cosecha, revestía un interés añadido a sus propiedades alimenticias. Ello provocó que el cultivo de esta variedad proliferara durante la década de los años 40 en la Comunidad Valenciana, Cataluña y Baleares, principalmente. El tradicional mercado de los sábados de Alcalà de Xivert concentraba entonces la oferta de productos de la huerta que hasta allí se traían desde las localidades vecinas de Vinaròs, Benicarló o Torreblanca. En Alcalá se vendían pues las modestas cosechas de tomate de colgarcultivadas entre Cap i Corb y Alcocebre durante aquellos años.

En la década de los años 50 un cambio en las políticas económicas del régimen franquista y el fin del aislamiento internacional provocaron una reactivación de la economía española que supuso un aumento en la producción agrícola en general y de tomate de colgaren particular, como respuesta al interés de algunos comercializadores que comenzaron a vender los tomates chivertenses por la Plana de Castellón.

Los años 60 fueron de expansión económica y de un relativo aperturismo que trajo consigo el inicio de la explotación de una gran fuente de riqueza en España, el turismo. Para Alcalà, el auge del sector terciario supuso una revalorización de sus costas y un despertar de dos enclaves de gran potencial turístico, Alcossebre y Les Fonts. Las edificaciones y servicios destinados al recreo y disfrute durante los periodos vacacionales no tardaron en multiplicarse en esta década y las siguientes y ello hizo que Alcalà y sus productos típicos fueran un poco más conocidos, sobre todo entre los vecinos catalanes.

A partir de los años 40 hasta la actualidad, el cultivo del tomate de colgar ha ido adquiriendo un carácter tradicional que, unido al cuidado artesanal de los cultivadores y a las particularidades geológicas y climatológicas del término de Alcalà de Xivert ha conseguido diferenciar sustancialmente este tomate de los que se producen en otras zonas de la cuenca mediterránea. Ello despertó el interés de los consumidores y comercializadores de Cataluña a partir de la segunda mitad de la década de los años 80, llegando en la actualidad a absorber el mercado catalán el total de la producción de tomate de colgar de Alcalà de Xivert.

El 23 de marzo de 2007 se creó la Asociación de Productores y Comercializadores de Tomata de Penjar de Alcalà de Xivert para revalorizar una hortaliza singular y de gran calidad en un momento en el que los productos agroalimentarios tradicionales y de significativo valor ecológico despiertan un notable interés entre los consumidores, propiciado en buena medida por la promoción de gastrónomos y cocineros que en España viven también una época de auge en su actividad. En su empeño por preservar el cultivo tradicional, crear marca y abrir así nuevos mercados, la asociación consiguió en diciembre de 2008 la Marca de Calidad CV para la Tomata de Penjar de Alcalà de Xivert. Con esta marca, concedida por la Generalitat Valenciana, se distingue y pone en valor la singularidad de este tomate único y se autentifica su calidad, su producción tradicional y su valor ecológico.

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